Para la construcción del monumento, se crearon tres destacamentos formados por presos políticos, que trabajaron en la obra entre 1943 y 1950. Sobre la vida de estos presos podemos saber a través de los testimonios recogidos por los periodistas Daniel Sueiro y Fernando Olmeda. También a través de las memorias de los propios presos, como Américo Tuero o Nicolás Sánchez-Albornoz. Se dispone, además, de abundante documentación de archivo.
No obstante, hay muchos aspectos de la vida cotidiana en los destacamentos que quedan por explorar. La arqueología ofrece una forma de acercarnos a estos aspectos menos conocidos. También a personas y grupos a los que apenas se ha prestado atención, como las mujeres y niños que vivieron en Cuelgamuros.
En mayo de 2021, el Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT) del CSIC llevó a cabo una intervención arqueológica en el Valle -con financiación de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática- con un doble propósito: incrementar el conocimiento sobre la vida de los presos, los trabajadores libres y sus familias, y contribuir a modificar el foco de atención a las personas que lo construyeron. Los resultados han sido muy positivos.
Fueron localizadas unas ochenta chabolas donde vivieron los familiares de los presos (y en algunos casos, de los trabajadores libres). Están ubicadas en los destacamentos penales de San Román -empresa encargada de construir la basílica- y Banús -a cargo de la carretera y el viaducto-. También se encontraron las cimentaciones pertenecientes a los barracones, e incluso la cámara de desinsectación, donde se desparasitaba a los prisioneros que provenían de las saturadas cárceles de la postguerra.
El destacamento mejor conservado es el de Banús. En él se excavaron siete chabolas que ofrecen un retrato elocuente de la vida en Cuelgamuros. Las cabañas, de piedra, eran muy pequeñas (entre 4 y 9 metros cuadrados), carecían de electricidad, agua corriente o sanitarios. El suelo era de tierra o lajas de granito y la techumbre de ramas.
Los objetos hallados en las chabolas y los basureros nos hablan de la miseria que se pasó en Cuelgamuros: la ausencia de huesos de animales y la presencia de complementos alimenticios para niños informan de la pobre alimentación; las medicinas, de las enfermedades, principalmente dolencias gastrointestinales y broncopulmonares; los numerosos objetos improvisados, como lámparas, herramientas y braseros fabricados con latas o suelas con neumáticos, de la escasez y de las habilidades que desarrollaron los habitantes de los penales y las chozas para sobrevivir.
Al mismo tiempo, en los poblados de chabolas se puede observar la cooperación entre los presos y sus familiares: las similitudes entre las cabañas y los objetos improvisados nos hablan de aprendizaje común y colaboración.
La arqueología, a través de los restos materiales, no deja duda de que la vida en Cuelgamuros fue dura para los presos, los trabajadores libres y sus familias. Pero también habla de un espíritu de resistencia y de solidaridad bajo condiciones laborales y de privación de libertad extremas.