Inauguración del Valle de los Caídos

El Valle de los Caídos fue inaugurado el 1 de abril de 1959, en el vigésimo aniversario de la victoria militar franquista. En un artículo publicado ese mismo día en ABC, el abad, Justo Pérez de Urbel, lo define como “una de las maravillas de la civilización europea”. Franco llega al monumento cerca del mediodía. Tras una misa solemne, el dictador salió a la explanada y dirigió un discurso a los ministros, procuradores en Cortes, autoridades religiosas, civiles y militares, representantes del Cuerpo Diplomático, alféreces provisionales, excombatientes, familiares de caídos y a miles de seguidores venidos de todo el país.

La elección de la fecha es clave en la significación que se le quiere otorgar al monumento, como significativo es también el discurso que pronuncia Francisco Franco como culminación de la ceremonia inaugural. A continuación, pueden leerse algunos fragmentos de esta intervención trascendental en la vida del dictador, que ancla con nitidez el significado con el que quiso investir al monumento: la celebración de la victoria militar de 1939, descrita en términos de culminación de una Cruzada providencial contra lo que consideraba la anti-España.

Españoles:

Cuando los actos tienen la fuerza y la emotividad de estos momentos en que nuestras preces ascienden a los cielos impetrando la protección divina para nuestros Caídos, las palabras resultan siempre pobres. ¿Cómo podría expresar la honda emoción que nos embarga ante la presencia de las madres y las esposas de nuestros Caídos, representadas por esas mujeres ejemplares aquí presentes, que conscientes de lo que la Patria les exigía, colgaron un día las medallas del cuello de sus deudos animándoles para la batalla? ¿Qué inspiración sería precisa para contar las heroicas gestas de nuestros Caídos? (…)

Para encomiar la firme tenacidad de los defensores de los mil pequeños "Alcázares", en que se convirtieron en la Nación las residencias de las pequeñas guarniciones o las casas cuarteles de la Guardia Civil, defendidas hasta el límite de lo inverosímil contra fuerzas superiores, sin esperanza de socorro; o para ensalzar el heroísmo y el entusiasmo derrochados en las cruentas batallas libradas contra las Brigadas Internacionales para hacerlas morder el polvo de la derrota (…)

Nuestra guerra no fue, evidentemente, una contienda civil más, sino una verdadera Cruzada; como la calificó entonces nuestro Pontífice reinante; la gran epopeya de una nueva y para nosotros trascendente independencia. Jamás se dieron en nuestra Patria en menos tiempo más y mayores ejemplos de heroísmo y se santidad, sin una debilidad, sin una apostasía, sin un renunciamiento. Habría que descender a las persecuciones romanas contra los cristianos para encontrar algo parecido (…) En todo el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y de milagroso. ¿De qué otra forma podríamos calificar la ayuda decisiva que en tantas vicisitudes recibimos de la protección divina? (…)

Mucho fue lo que a España costó aquella gloriosa epopeya de nuestra liberación para que pueda ser olvidado; pero la lucha del bien con el mal no termina por grande que sea su victoria. Sería pueril creer que el diablo se someta; inventará nuevas tretas y disfraces, ya que su espíritu seguirá maquinando y tomará formas nuevas, de acuerdo con los tiempos. La anti-España fue vencida y derrotada, pero no está muerta. Periódicamente la vemos levantar la cabeza en el exterior y en su soberbia y ceguera pretender envenenar y avivar de nuevo la innata curiosidad y el afán de novedades de la juventud (…)

Nuestra Victoria no fue una Victoria parcial, sino una Victoria total y para todos. No se administró en favor de un grupo ni de una clase, sino en el de toda la Nación. Fue una Victoria de la unidad del pueblo español, confirmada al correr de estos veinte años (…) Hoy, que hemos visto la suerte que corrieron en Europa tantas naciones, algunas católicas como nosotros, de nuestra misma civilización, y que contra su voluntad cayeron bajo la esclavitud comunista, podemos comprender mejor la trascendencia de nuestro Movimiento político y el valor que tiene la permanencia de nuestros ideales y de nuestra paz interna (…)

Interesa el que mantengáis con ejemplaridad y pureza de intenciones la hermandad forjada en las filas de la Cruzada, que evitéis que el enemigo, siempre al acecho, pueda infiltrarse en vuestras filas (…) Nos exigen montar la guardia fiel de aquello por lo que murieron; que mantengamos vivas de generación en generación las lecciones de la Historia para hacer fecunda la sangre que ellos generosamente derramaron, y que, como decía José Antonio, fuese la suya la última sangre derramada en contiendas entre españoles.

¡Arriba España!