La figura histórica de José Antonio Primo de Rivera cobró una importancia crucial en la España franquista, como máximo representante de los “caídos por Dios y por España”. Para el régimen, fue el mártir de mártires. Como tal, presidió las listas de caídos que se instalaron en iglesias y cementerios de todo el país, y su nombre era pronunciado en todos los rituales mortuorios del primer franquismo.
Junto a Rafael Sánchez Mazas, fundó en 1933 el partido de corte fascista Falange Española. Arrestado antes del golpe de Estado, Primo de Rivera fue condenado a muerte por conspiración y rebelión militar contra la República y fusilado el 20 de noviembre de 1936 en la cárcel de Alicante. Su fusilamiento fue ocultado por el bando sublevado durante dos años, en los que se le conocía como “El Ausente”.
Poco después de acabar la guerra, fue el protagonista de uno de los funerales políticos más espectaculares y significativos del nuevo régimen dictatorial. Durante diez días, fue trasladado en andas por sus correligionarios falangistas desde Alicante hasta la basílica del Monasterio de El Escorial, sede del Panteón de Reyes, donde fue enterrado frente al altar mayor el 30 de noviembre, en presencia de Franco, las máximas autoridades del Estado y altos representantes diplomáticos de Italia y Alemania. El culto a los caídos que se generó en torno a su memoria adoptó como fecha emblemática el veinte de noviembre, día de su fusilamiento.
En 1959, Franco decide transferir todo el capital simbólico, político y conmemorativo acumulado en el cadáver de José Antonio desde el Monasterio de El Escorial al Valle de los Caídos. Se encontró con la oposición de algunos sectores de Falange. De hecho, para legitimar su decisión, Franco escribió una carta a los hermanos de José Antonio, Pilar y Miguel Primo de Rivera donde expresaba que a José Antonio le correspondía “la capitanía entrañable de la legión de caídos” de la cruzada que se iba a instalar en el nuevo monumento. Más tarde, decidió publicar sus cartas de autorización en la portada del periódico ABC.
A pesar de este aval, se produjeron algunos incidentes en el transcurso de los cuales el Subsecretario de la Presidencia Luis Carrero Blanco, que había planificado un traslado de perfil bajo en claro contraste con la espectacular procesión que había traído al líder de Falange desde Alicante en 1939, fue increpado por algunos falangistas. Los seguidores de Primo de Rivera rompieron el protocolo oficial que se había diseñado y, usando las mismas andas que le había llevado desde Alicante a El Escorial, lo trasladaron a pie hasta el Valle, donde fue enterrado delante del altar mayor.